Hijo, ¿Qué quieres ser de mayor?
Hace algunos años, cuando le preguntábamos a un niño qué quería ser de mayor nos contestaba con el tan sabido; Yo… ¡futbolista! o ¡Policía! En los casos más innovadores la respuesta se vinculaba al fantástico mundo del espacio y la Ciencia Ficción y contestaban: ¡Pues yo astronauta! Con los ojos iluminados por la ilusión. Y lo veíamos tan natural…estábamos, incluso, orgullosos de estas respuestas.
El mundo laboral ha dado un giro de 180 grados con la irrupción rotunda, espectacular e innovadora de las nuevas tecnologías digitales, las redes sociales y los mundos virtuales en nuestro día a día. La revolución 4.0. afecta y afectará a todas las escalas y parcelas de la sociedad, incidiendo de forma permanente en los actuales modelos de Economía, Seguridad Social, empleo y desempleo tecnológico, aislamiento cibernético, derechos humanos fundamentales, seguridad, privacidad, dignidad humana y los tradicionales conceptos jurídicos como el de “Persona Jurídica”.
Por una parte, hemos pasado de la integración de los mundos on y offline, a dar paso al desarrollo de aspectos integrales de nuestro día a día en mundos virtuales paralelos. Actualmente los niños se relacionan, estudian, se divierten, comparten, imaginan por medio de las nuevas tecnologías.
El desarrollo de las TIC´s ha desarrollado con fuerza el mundo de la enseñanza, las redes sociales han roto barreras en publicidad y marketing accediendo a todos los colectivos, dando voz y voto a cualquier persona y decidiendo el futuro a corto de un determinado producto. Los
influencers toman el control.
Pero esta revolución no queda ahí. Esta revolución no es ninguna crisis económica, es un cambio de era en el que, por medio de TIC´s, infraestructura tecnológica, redes, datos y máquinas inteligentes se están generando ecosistemas novedosos y nuevos modelos de negocio. Un cambio sustancial en los modelos mentales, en primer lugar, y en todas las escalas y elementos que conforman la forma de obtener ingresos y cual es nuestro verdadero objetico empresarial.
Ahora se te conoce por lo que twitteas, grameas o cuelgas en tus redes sociales. Ahora los modelos de venta están evolucionando. Se tiende a lo simple, a la inmediatez, a la velocidad, al “1 click”, y estos nuevos hábitos de consumo requieren de otras formas de hacer negocio para ser más competitivos. Hemos cambiado, los contextos también, por lo que cambian las empresas y la economía en general.
A estos conocidos cambios empresariales, hay que sumarle el espectacular avance de nuevas formas de inteligencia artificial como robots o máquinas humanoides o con características pseudo-humanas.
No nos engañemos, los robots actuales no son aquellas formas humanas que describía Isaac Asimov en su literatura, tampoco se parecen al monstruo de Frankenstein o el robot de Karel Čapek. Las máquinas inteligentes, tengan forma humana o no, son capaces de romper perímetros laborales y abrir un nuevo mundo de posibilidades y competencias innovadoras en los procesos industriales.
Trabajan como un humano, y aquí es donde entra en juego el papel del Ciberhumanismo y el condimento ético que la Eurocámara pretende aplicar en la nueva regulación sobre robótica para hacer de la convivencia entre humano-máquina una experiencia enriquecedora, beneficiosa y productiva. Las máquinas trabajarán como humanos, pero los humanos nunca serán máquinas, aportan un extraordinario valor y características únicas al producto. Podemos decir que el humano es quien crea, emociona y empatiza.
De esta manera irrumpe con fuerza en el sector logístico la figura del vehículo driverless. La tendencia es lanzar vehículos autónomos para cubrir necesidades de desplazamiento de personas, revolucionando algunos sectores industriales que podrían ser un buen partner en ese camino. Empresas de entretenimiento, audiovisuales, y de servicios HORECA pugnarán para colaborar en estos proyectos y poder seducir al pasajero. Personas que se desplazan todos los días para ir a trabajar podrían contratar estos servicios, apareciendo nuevos nichos de mercado como el formativo, capaces de desarrollar nuevos modelos de oportunidad para que el pasajero de estos vehículos autónomos aprenda durante el camino, se entretenga, mantenga videoconferencias o contrate un servicio de un restaurante. Las oportunidades son infinitas, tan solo hay que imaginar.
Además del impacto revolucionario en estos sectores, que supondría modificar la forma de vender en estos nuevos contextos, los vehículos sin conductor (driverless) presentarán nuevos retos.
Están diseñados para respetar las normas de seguridad vial, operan con nosotros y están programados para aplicar el mal menor. Pero, y al menos en el campo de los vehículos turismos, están diseñados para “matar” a su conductor si prevén un accidente mayor. Su programación les haría estrellarse si tenemos delante un autobús escolar y la frenada no pudiera evitar el accidente.
Y aquí es cuando se nos plantean dos cuestiones importantes de difícil solución en estos momentos: el concepto de responsabilidad jurídica y las cuestiones éticas del asunto.
En caso de que este vehículo, completamente autónomo y programado con un código ético propio, ocasionara un accidente (por fallo o decisión de la máquina), ¿quién respondería de los daños? ¿Respondería el conductor? ¿Sería responsable el programador, el fabricante? ¿Sería responsable el legislador? ¿El vehículo como robot autónomo y es quien al fin y al cabo adoptó la decisión lesiva?
La norma actual es absolutamente insuficiente e inadecuada en la nueva realidad tecnológica. Los robots no pueden ser considerados responsables de las acciones u omisiones que causen daños, tan solo la
persona: fabricante, propietario o conductor. Y lo serían en la medida en que el robot estuviera clasificado como objeto peligroso o entrara en el ámbito de aplicación de la normativa sobre responsabilidad por daños causados por productos defectuosos.
Si esta problemática la aderezamos con una buena dosis de preguntas éticas vinculadas al famoso “dilema del tranvía” de la filósofa actual Philippa Boot, el debate está servido.
¿Estarías dispuesto a conducir un vehículo programado para matarte? ¿Dejarías que adoptara por ti tan importantes decisiones éticas comportándote como un mero espectador pasivo?
El desarrollo del dilema filosófico es tan amplio que debemos abordarlo en futuros comentarios.
Mientras tanto, hace poco tuve curiosidad por conocer los deseos laborales de mi sobrino y le formulé la famosa pregunta: ¿Qué quieres ser de mayor?
¿Sabéis lo que me contestó?
– “Youtuber”, tía, quiero hacer cosas importantes, quiero ser influencer!.
El cambio, ya está aquí.